Prefacio

¿Qué es una maldición? ¿qué significa estar endemoniado? ¿cómo distinguir una expiación de una desolación espiritual? La tragedia griega nos muestra héroes sufriendo maldiciones para purificarse de alguna falta grave, ahí se expía. De forma análoga, en los monasterios se combatían las angustias y desolaciones provenientes del mal espíritu, tránsito inevitable en la perfección espiritual. ¿Cuánta dignidad puede haber en ser asediado por fuertes dolores en el interior? ¿Cuándo hay redención y cuándo sólo humillación y hundimiento?
En los siguientes escritos el lector podrá ver diversas opiniones y divagues al respecto, que en ocasiones no llegan a ningún lado, pues parten de un lugar cualquiera y se dirigen hacia la nada del instante. Sin discernir mucho se encontrará que cada texto fue motivado por un estado espiritual distinto. Y aunque resulte difícil encontrar una unidad de pensamiento, la Dedicatoria quizás aclare más las intenciones del autor.

Atte. Vergilius Veneficus





sábado, 26 de junio de 2010

Borowczyk, Baudelaire y un Hegel gnóstico

En todo hombre hay, en cualquier momento,
dos postulados simultáneos:
uno hacia Dios y otro hacia Satanás.
BAUDELAIRE, Mi corazón al desnudo, XX.
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El cine erótico de Walerian Borowczyk es un ejemplo de todo lo que el cristianismo puede tachar como diabólico. En él veremos todas las facetas que la lujuria humana puede tomar en su insaciable búsqueda de placer, desde la inocente masturbación, el voyeurismo y la prostitución, pecados harto choteados, hasta la violación, la bestialidad y la orgía incestuosa, expuestos con gran originalidad y suma creatividad. Las motivaciones de sus personajes también ejemplifican con gran maestría los siete pecados capitales, culminando muchas veces en el asesinato o la traición amorosa, que a veces van de la mano. Ubicados todos temporalmente entre el renacimiento y la actualidad, los personajes de Borowczyk presentan varias constantes sociales, como la pertenencia a una aristocracia parásita y criminal, a un clero hipócrita, avaricioso y corrupto, o a una burguesía poderosa que disfraza su conducta hedonista entre refinamientos aristocráticos y una simulada moral conservadora. Cada historia es desarrollada entre ricas composiciones visuales y abundantes desnudos que en ocasiones recuerdan la pintura de la época evocada, armonizadas casi siempre con música barroca. Ejemplos de todo lo anterior son películas como Cuentos Inmorales (Contes Immoraux, 1974), La Bestia (La Bête, 1975) y Tres Mujeres Inmorales (Les Héroïnes du mal, 1979).
Pero existe un elemento más sutil en toda la propuesta estética de Borowczyk, del que quizás ni el mismo Borowczyk es conciente, y es motivo del presente escrito. Se trata de cierto ideal de belleza encarnado en la figura femenina, ideal del que Baudelaire nos habla con gran elocuencia:

He encontrado la definición de lo bello, de lo para mí bello.
Es algo ardiente y triste, una cosa un poco vaga, que abre paso a la conjetura. Voy, si se quiere, a aplicar mis ideas a un objeto sensible, por ejemplo, al objeto más interesante en la sociedad: a un rostro de mujer. Una cabeza seductora y bella, una cabeza de mujer, digo, es una cabeza que hace soñar a la vez—pero de una manera confusa—en voluptuosidades y tristeza; que arrastra una idea de melancolía, de lasitud, hasta de saciedad—esto es, una idea contraria, o sea un ardor, un deseo de vivir, asociado a un reflejo amargo como procedente de privación o desesperanza. El misterio, el pesar, son también características de lo bello.
BAUDELAIRE, Cohetes, XVI
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Este ideal de belleza y su encarnación en la mujer, pareciera fielmente interpretado en algunos personajes de Borowczyk, como Marceline en Tres mujeres inmorales, o Thérèse y la sierva de la condesa en Cuentos Inmorales. A través de ellas y otros personajes, la mujer tiende a ser mostrada en su doble fase de inocencia y animalidad, de modo muy similar a como lo hace Baudelaire en su poesía.
Empero, la belleza femenil no es lo único intrigante ni el único motivo del presente escrito. Lo fálico es otro elemento digno de considerar. En La Bestia, lo fálico toma forma en tres personajes secundarios: un caballo semental, el criado negro del castillo, y la bestia, misteriosa criatura de los bosques que fornica con una mujer, los tres de color negro. Lo bestial resalta en los tres igual que su color. Son los únicos triunfadores de la historia, y su triunfo consiste en un continuo acto sexual. A éstos podría añadirse el perro negro que aparece en Mujeres Inmorales, que si bien no nos muestra su falo, resulta el vencedor de la historia tras haber mordido en los genitales a sus dos rivales: el violador y el esposo de la protagonista. Su premio: la protagonista desnuda.
No se necesita ser un experto en semiótica para notar esta última constante y la posible identificación de estos pasajeros pero potentes personajes con otra bestia: la multiforme bestia de los infiernos. Al respecto, veamos la opinión de Baudelaire sobre la belleza masculina:
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Pero esta cabeza contendrá, además, algo triste y ardiente: deseos espirituales, ambiciones oscuramente rechazadas, la idea de una potencia gruñidora y sin empleo; algunas veces, la idea de una insensibilidad vengativa (...); algunas veces también, el misterio, siendo ésta una de las características de belleza más interesantes; y en fin (para tener el valor de declarar hasta qué punto me siento moderno en estética) la desdicha. Yo no pretendo que la alegría no pueda asociarse con la belleza, pero digo que la alegría es uno de sus adornos más vulgares, mientras que la melancolía es, por decirlo así, su ilustre compañera, llegando hasta el extremo de no concebir (¿será mi cerebro un espejo embrujado?) un tipo de belleza donde no haya desdicha.
Apoyado sobre—otros dirán obsesionado por—estas ideas, se piensa que me sería difícil no llegar a la conclusión de que el tipo más perfecto de belleza viril es Satanás, a la manera de Milton.
BAUDELAIRE, Cohetes, XVI
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Borowczyk, a diferencia de Baudelaire, encuentra lo bello del hombre en el triunfo de la malicia y el furor sexual. No obstante, los dos perciben su raíz satánica.
Ahora bien, hay algo más elevado que ninguno de los dos parece haber captado. Me refiero a cómo esta extraña belleza se manifiesta en el desamor, donde alcanza su grado más alto, o más bajo. Pongamos un ejemplo.
Cuando por una inmensa lujuria, una mujer rompe la fidelidad de su amado, violando así la castidad de la relación, en el dolido amante se posa un carácter diabólicamente atractivo: su semblante se torna triste, frustrado, melancólico y, alimentado por un anhelo de venganza y una ambigua percepción de sus propias emociones, surge en su espíritu el brillo de la indolencia y la sed de placer liberador. La mujer, por su cuenta, consigue el arrepentimiento, dando paso a un intenso sufrimiento que no consigue saciar su alma ni su cuerpo: su fuerza disminuye y el recuerdo del goce pasado la hunde en un abismo de insoportable apetito; convertida en víctima de su propio instinto y confundida por el dolor es arrastrada por la contradicción de su alma. Se vuelven hermosos hombre y mujer, cada uno a su modo. Este cuadro es el vivo ejemplo de aquel ideal de belleza, y el vivo ejemplo de lo que el desamor ocasiona.
Este rompimiento puede ser visto desde la dialéctica de la Fenomenología del Espíritu: ambas conciencias dejan de reconocerse, pero de una manera totalmente equilibrada. Según Hegel, la relación entre el alma buena y alma bella es la más equilibrada, ya que, en contraposición con el desequilibrio presente en la relación entre el amo y el esclavo, en aquella se da un reconocimiento mutuo y justo entre las dos conciencias: en el rompimiento del que hablo ocurre completamente lo contrario, pero con el mismo equilibrio. La muerte de una relación amorosa, en los términos citados, lleva al desconocimiento equilibrado de ambas conciencias: primero, las dos dejan de reconocer al otro como semejante a uno mismo; segundo, lo desconocen como objeto amado; tercero, dejan de reconocerse a sí mismas como amantes del otro, desconociendo así la identidad individual inmediatamente pasada. En la muerte de esta relación la dialéctica brinca hacia atrás, regresando la conciencia a un estadio pasado y primitivo, donde no se da ningún reconocimiento. La conciencia se halla, en dicha circunstancia, encerrada en sí misma.
Por ello, si Hegel fue capaz de afirmar que Dios se revela en la equilibrada relación entre el alma buena y el alma bella, entonces un Hegel maldito y/o gnósitico no dejaría de ver este rompiento y desconocimiento equilibrados como la revelación misma de Satán.

1 comentario:

isis dijo...

Qué onda, Lucius. Ya me aventé éste también, con tus mezclas duras Hegelbaudelaireborowczykianas.

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