Prefacio

¿Qué es una maldición? ¿qué significa estar endemoniado? ¿cómo distinguir una expiación de una desolación espiritual? La tragedia griega nos muestra héroes sufriendo maldiciones para purificarse de alguna falta grave, ahí se expía. De forma análoga, en los monasterios se combatían las angustias y desolaciones provenientes del mal espíritu, tránsito inevitable en la perfección espiritual. ¿Cuánta dignidad puede haber en ser asediado por fuertes dolores en el interior? ¿Cuándo hay redención y cuándo sólo humillación y hundimiento?
En los siguientes escritos el lector podrá ver diversas opiniones y divagues al respecto, que en ocasiones no llegan a ningún lado, pues parten de un lugar cualquiera y se dirigen hacia la nada del instante. Sin discernir mucho se encontrará que cada texto fue motivado por un estado espiritual distinto. Y aunque resulte difícil encontrar una unidad de pensamiento, la Dedicatoria quizás aclare más las intenciones del autor.

Atte. Vergilius Veneficus





viernes, 22 de octubre de 2010

Sobre la blasfemia encarnada

Cada hombre posee dos naturalezas contrarias y antitéticas que se complementan entre sí. Una de ellas es la naturaleza racional, responsable de todas las operaciones intelectuales y razonamientos, y su función es interpretar el mundo y deliberar sobre las acciones que han de realizarse. La otra es la naturaleza instintiva y pasional, ella es responsable de la conservación y potenciación del cuerpo, y no necesita ser conciente para llevar a cabo sus funciones.
La perversión humana aparece cuando alguna de estas dos naturalezas se aleja o desvía del ámbito para el cual fue creada, casi siempre producto de su uso excesivo, que tiende a eliminar la acción de la naturaleza contraria. Así, el exceso de razón, en un plano teórico, puede llevar a justificar la existencia del mundo y de todas las cosas en él, pero sólo en la medida en que ésta se torna inteligible. En el plano moral este desequilibrio llevaría a que un hombre actúe siempre regido por una moral bien construída y sistematizada sobre fundamentos exclusivamente racionales, e inclusive busque justificación racional para cada uno de sus sentimientos. De esta forma la razón se vuelve algo más que una herramienta para interpretar el mundo y deliberar sobre el actuar futuro, pues termina por reglamentar toda vida humana a partir de sí misma, incluso a valorarla en función de su racionalidad.
De forma análoga, el uso desviado del instinto intenta anular el raciocinio, presentando como ocioso todo intento de interpretar la realidad. A esto hay que añadir que el instinto que ha tiranizado la vida del hombre acaba por alejarse de sus funciones, pasando de la supervivencia y potenciación del cuerpo al puro placer vicioso, placer que no proporciona de ninguna manera información útil al cuerpo. Hemos de llamar "placer vicioso" a este tipo de placer, ya que el placer en su forma natural constituye un gozo físico resultante de haber satisfecho el instinto natural, siendo un medio para proveernos información sobre el bienestar del cuerpo. Al instinto desviado, por el contrario, sólo le importa el placer aún cuando éste perjudique al cuerpo.
Pero existe otra forma de perversión que es donde más evidente se muestra el desequilibrio, cuyo plano es el estético o sensible.
Cuando la naturaleza racional ha llegado a imponerse de la forma más atroz sobre la naturaleza instintiva, ésta termina por concebir, poco a poco y cada vez más, el mundo sensible como un gran laboratorio: donde la sensibilidad sólo es considerada positiva en la medida en que de ella puede obtenerse información susceptible de ser medible y conceptualizable, y en la medida en que este proceder resulta útil para el conocimiento y manipulación del mundo. La realidad, valorada desde esta perspectiva, ha de ser sin duda algo difícil de soportar, dando pie a un profundo pesimismo cuando el mundo no se presta para tal objetivo.
Pero por raro y excéntrico que pueda parecernos esto, es quizás tan extraño como lo que ocurre cuando es el instinto el que llega a esta forma análoga de perversión. A este instinto enfermo ya sólo le produce deleite aquello que carece de total forma e inteligibilidad: nace en él un gusto por lo deforme y monstruoso. De modo que, para aquél que llegase a estos extremos, la vida vendría a ser sólo tolerable dependiendo del grado en que haya oportunidad para la destrucción y desfiguración de todo aquello que se presente con claridad e inteligibilidad. Un instinto así de histérico tal vez hasta utilizaría la razón para llegar a estos fines.
¿Podrían llegar a coincidir estas dos perversiones extremas y tocarse en un mismo modo de vida resultante, igual de perverso e insoportable? ¿No sería este modo de vida la expresión más plena y acabada de la vocación de un creador de adefesios y horripilantes seres, que blasfema contra la naturaleza entera con cada uno de sus engendros?