Es un hecho irrefutable que la condición de vida actual lleva a la impiedad. Nuestro mundo se volvió un espectáculo de juegos pirotécnicos, aturdiéndonos constantemente con una lluvia de sensaciones exacerbadas. La memoria en nuestros días es cada vez más difícil de retener: ¡el momento transeúnte es una luz cegadora del pasado! Ya no hablar de las señales que los dioses imprimen en nuestra vida, éstas sólo son vistas por medio de la memoria y la meditación, una operación de la que los mortales no pueden sacar mucho provecho sin ayuda de una ciencia de los afectos. El encierro y el aislamiento ahora son parte constitutiva en todo misticismo. De igual manera, se eleva el espíritu al sentir desprecio por el contaminado mundo sensible.
No obstante, este desconcierto estético también conduce a un tipo de proliferación creativa: el arte fugitivo, fugaz como las modas. Si la obra de arte inmortal es semejante a practicar el Kama-Sutra durante horas, mucha de la producción artística actual se asemeja a una breve y efímera masturbación: ya ni siquiera importa enriquecer al otro, tacañería de la que nunca se cansa un alma enferma. ¿No es el gran artista otra clase de iluminado? ¿un redentor de la fealdad que hay en el mundo?
No obstante, este desconcierto estético también conduce a un tipo de proliferación creativa: el arte fugitivo, fugaz como las modas. Si la obra de arte inmortal es semejante a practicar el Kama-Sutra durante horas, mucha de la producción artística actual se asemeja a una breve y efímera masturbación: ya ni siquiera importa enriquecer al otro, tacañería de la que nunca se cansa un alma enferma. ¿No es el gran artista otra clase de iluminado? ¿un redentor de la fealdad que hay en el mundo?
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